Juan Mateo y Josemi Valle en su divertido y revelador libro “El trabajo dignifica… y cien mentiras más” desmenuzan algunos tópicos que empobrecen y limitan nuestras relaciones. “Yo soy así”, “La culpa es de mis padres, que me hicieron así”, “Soy el de siempre”, “Ya soy muy mayor para cambiar y aprender cosas nuevas”, “El pasado no se puede cambiar”… son algunos de los que muestran el determinismo en que algunas personas aceptan vivir sus relaciones laborales y personales en nuestras organizaciones.
En numerosos contextos de consultoría y formación suelo comentar que “uno elige hacer lo que hace como respuesta a la situación que percibe. Uno elige actuar de la manera que lo hace porque le parece que es la mejor posible, dadas las circunstancias, para perseguir sus intereses según sus valores”. La frase tiene miga. Veamos su aplicación en un contexto organizacional, con algunas preguntas para la reflexión personal o grupal.
De actuar nadie se libra.
No podemos eludir la acción, estamos abocados a actuar. En las organizaciones en las que participamos, por el mero hecho de estar, estamos adoptando una posición respecto a su causa, a sus actividades, a su manera de conducirse (esto es, sus valores), a su efectividad
Las personas responsables se hacen cargo de sus acciones (y omisiones). En el desempeño de nuestras funciones en nuestra organización hacemos muchas cosas diariamente, y conocemos muchas cosas que pasan diariamente. ¿De cuantas nos hacemos cargo, de cuantas nos responsabilizamos?
De elegir nadie se libra.
Actuamos constantemente, ya que de actuar nadie se libra. Y en cada acción, elegimos. Siempre tenemos capacidad de elección. Sobre ello ha reflexionado en profundidad Viktor Frankl, asentando su pensamiento sobre una dura experiencia en la que parecía que no había opción.
Elegimos siempre, y tendemos a tener unos patrones de preferencia en nuestras elecciones. ¿Somos conscientes de nuestros patrones de elección “por defecto”? ¿Conocemos los de los demás? ¿Nos abrimos a nuevas elecciones?
De percibir nadie se libra.
Es sabido que nuestra percepción condiciona nuestra elección. No siempre nos ponemos de acuerdo sobre lo que sucede en nuestras organizaciones, sobre lo que pasa. La realidad no se muestra como una verdad unívoca perceptible para todos de una manera evidente.
Nuestra percepción de las cosas está mediada por nuestra biología, sensibilidad, educación, posicionamiento vital, filosofía…
En las organizaciones todos percibimos la realidad que creamos con nuestras relaciones (la realidad “no existe”, pero esto es una reflexión para otro momento), pero lo hacemos desde nuestra perspectiva particular, que además es dinámica.
¿Reflexionamos sobre cómo vamos construyendo nuestra percepción de las cosas que pasan en nuestra organización? ¿Por qué nos damos cuenta de unas cosas, y otras no las percibimos? ¿Conocemos las formas de percibir de otras personas y grupos con los que compartimos propósito organizacional?
Del interés nadie se libra.
Actuamos, elegimos y percibimos desde nuestro interés, desde nuestro deseo de que las cosas discurran de una determinada manera.
Los intereses, en las relaciones en las organizaciones, pueden ser legítimos o ilegítimos (una consideración legal sobre los mismos), buenos o malos (una consideración moral sobre los mismos), adecuados o inadecuados (una consideración de efectividad sobre los mismos), públicos o secretos (una consideración sobre la transparencia de los mismos), … Lo que resulta ineludible es que todas las personas tienen intereses en el discurrir de las organizaciones, y que obviar esta circunstancia es de un simplismo que suele llevar al desastre.
¿Conocemos nuestros intereses? ¿Los de otras personas o grupos con los que compartimos propósito organizacional? ¿Cómo conviven esos intereses? ¿Qué formas de relación elegimos entre ellos?
De tener valores nadie se libra.
Los valores condicionan nuestras elecciones, sobre todo los valores efectivos, los que transparentamos con nuestras acciones: “el ser”. El “deber ser”, los valores que aspiramos transparentar con nuestro comportamiento personal y organizacional, nos tensionan a la hora de elegir nuestras acciones, y conviene que sea así. Pero los valores que operan, los que están presentes en las decisiones que finalmente se toman en las relaciones entre las personas en las organizaciones, son los relevantes. Son los que crean una realidad más compartida.
¿Conocemos nuestros valores efectivos? ¿Conocemos y tenemos priorizados los valores de nuestro “deber ser”? ¿Cómo gestionamos las inevitables contradicciones?
Para finalizar, aquí de nuevo la frasecita: “uno elige hacer lo que hace como respuesta a la situación que percibe. Uno elige actuar de la manera que lo hace porque le parece que es la mejor posible, dadas las circunstancias, para perseguir sus intereses según sus valores”. ¡Buena reflexión!
David Pereiro
Socio consultor de Algalia Servicios para el Tercer Sector