¿Somos como nosotros decimos que somos y ya no hay vuelta de hoja? ¿Podemos transformarnos? ¿La persona que dice que no tiene un liderazgo innato puede tener la esperanza de crecer en esta competencia?
Además, ¿para qué hacerlo, para qué avanzar en esto? ¿No resulta un poco presuntuoso esto de querer ser líder? Nos contaron que es mejor no destacar…
Eterno y antiguo debate: ¿se nace con liderazgo, o se hace?
En repetidas ocasiones he tenido la oportunidad de escuchar una conversación del siguiente tipo:
– ¿Que cambie esto que me dices para ser mejor líder? ¡Pero si yo soy así!
– Pues sé de otra manera… Es que lo necesitamos, y es posible que a ti te vaya mejor.
– ¡Qué dices! Hay cosas que a una cierta edad no se cambian…
– ¿Tú crees? Pues va a tocar transformarse… si no eres capaz, que pocas salidas nos dejas…
¡Cuántas cosas llevamos en nuestra mochila! A estas alturas, quien no crea que el cambio sucede de forma inevitable es que tiene una gran capacidad de abstracción respecto a lo que ocurre dentro y fuera de su propia persona. Pocas cosas son más evidentes que el cambio, sobre todo en su dirección más inexorable: aquello que no se cuida, se deteriora. Cambia, en definitiva.
Entiendo que tenemos esperanza. En sentido contrario a lo descrito más arriba, aquello que se cuida puede crecer y florecer. Poniéndonos científicos, la neuroplasticiadad del cerebro nos abre oportunidades hasta el último momento para aprender a hacer cosas distintas, para elegir otras acciones, para ser personas distintas.
¿Cuidamos el liderazgo en nuestras organizaciones? Rotundamente sí. Es algo que nos preocupa, que nos ocupa, que entendemos que tiene una relación directa con la efectividad de nuestras organizaciones, con la coherencia y alineamiento de las personas que participan en ellas con la causa y finalidad de las mismas. El sector de la Economía social es más que sensible a este signo de los tiempos.
No tengo tan claro que, a pesar de que estos contenidos se están trabajando de manera explícita en muchas organizaciones, se haya superado un esquema mental rígido que lleva a pensar que el liderazgo es algo que tiene que ver con jefes, con personas directoras, coordinadoras, responsables… Evidentemente, se espera de las personas que contribuyen desde esas funciones de responsabilidad dispongan de competencias de liderazgo para que realicen bien su trabajo, pero el liderazgo no es una posición en un organigrama. No es un puesto. Es una actitud, un desempeño, un curso de acciones que desarrolla cualquier persona en cualquier posicionamiento organizativo.
Como decía Mapfre en su publicidad, al menos hace un tiempo, Ser grande es una actitud, no una dimensión, añado yo. Ejercer el liderazgo es una disposición, una disciplina para cualquiera en la organización.
Evidentemente, como en el mundo de los superhéroes, un gran poder exige una gran responsabilidad, y las personas con poder en las organizaciones (la que están en los órganos de gobierno, en funciones directivas, coordinando personas y equipos, en contacto directo con personas que esperan ser apoyadas…) tienen una gran responsabilidad en el ejercicio de su liderazgo.
¿Desde dónde se produce el cambio para mejorar el propio liderazgo?
Nos puede ayudar el ver a la persona con un todo integrado de cuerpo, emoción y lenguaje. Tenemos experiencia de que nuestro cuerpo es caja de resonancia de emociones (¿a ti el stress te va al estómago, a las cervicales?), que las emociones impactan sobre las cosas que nos decimos o decimos (¿no te has sentido frustrada y te has dicho que hasta aquí he podido llegar?), y que lo que nos decimos o decimos genera un cuerpo y emoción distintas (¡Venga, que puedes, Mari Puri!)…
Desde ese sistema integrado de Cuerpo, Emoción y Lenguaje desarrollamos nuestras acciones y perseguimos con ellas los resultados que queremos obtener. Casi siempre sucede lo esperado: lo logramos. A veces, no obtenemos los resultados esperados. Esto es: no logro que las cosas sucedan de una determinada manera en mi organización, me siento triste o cerca de la ira, me duele la espalda…
¿Qué tipo de cambio es el más habitual?
Cuando no obtenemos los resultados esperados, lo más habitual es revisar lo que hemos hecho, las acciones que hemos desplegado desde esa complejidad que somos. Voy a hacerlo de manera distinta, nos decimos. Y muchas veces sucede lo que esperamos. A la segunda, o tercera, va la vencida.
¿Hay un cambio más radical?
¿Y qué pasa cuándo ni a la de tres obtengo lo que deseo? Podemos abrir un camino nuevo, más difícil y radical, que precisa de otras competencias, que se asienta en otros supuestos y se desarrolla por otros itinerarios. Tengo capacidad para observar las cosas que no me funcionan de otro modo, con otra mirada. Una mirada que abra nuevas posibilidades y resultados.
En definitiva: no cambio solamente lo que hago, sino como veo las cosas. Cambio yo.
Una propuesta para trabajarse y transformarse personalmente.
En VIRADA queremos acompañarte en el camino por estos nuevos valles, espacios que te abren nuevas posibilidades y que favorecen tu capacidad para liderar, estés donde estés, y empezando por tu propio liderazgo personal.
VIRADA te acompaña para que tu liderazgo vaya creciendo y transformándote y transformando tu entorno más inmediato
¿Hablamos? Programa VIRADA Liderazgo.
David Pereiro
Socio Consultor de Algalia Servicios para el Tercer Sector