Corría el año 2005 y mi vida profesional transitaba por la empresa tradicional, entre auditorías y masters de gestión. Sentía que faltaba algo: sentido, conexión, impacto. No sabía nada de economía social ni del tercer sector, pero una llamada de Algalia cambió mi rumbo.

Recuerdo con nitidez la primera vez que crucé su puerta, traje y corbata incluidos, y cómo me descolocó la naturalidad y cercanía de quienes me recibieron. Pronto entendí que aquí las cosas se hacían de otra manera: el centro no era el resultado económico, sino las personas y los colectivos en situación de exclusión social. Ese fue mi punto de inflexión.

Me encontré con un área de proyectos diversa, plural, donde aterrizaban iniciativas de dinamización social y formación en voluntariado. El equipo era pequeño pero valiente: Paula, Jorge, Ibra, Ramón… y, poco después, David, mi compañero de mil batallas. Nos tocó aprender juntas y juntos, reinventarnos ante la crisis de 2008 y acompañar a las entidades en retos inéditos: análisis organizativos, clima laboral, planes de mejora, estrategias de futuro, etc.

Entre los primeros encargos, guardo un cariño especial al diseño de un sello de accesibilidad para la Fundación Menela. Poco tenía que ver con auditorías ni procesos de calidad, y aunque aquel proyecto quedó guardado en un cajón, fue mi puerta de entrada a otra manera de entender la consultoría: desde la escucha, la creatividad y el compromiso con la inclusión.

No fue un camino fácil. El área de proyectos era un espacio de supervivencia, donde la incertidumbre era la norma y la creatividad, la herramienta principal. Pero fue también un laboratorio de aprendizajes compartidos, donde cada error se convertía en una oportunidad para crecer y cada acierto, en un motivo para celebrar colectivamente.

Con el tiempo, supimos transformar ese “cajón desastre” en una consultoría de desarrollo organizativo especializada, capaz de acompañar procesos de cambio profundo en organizaciones del tercer sector y de la economía social. Este paso no fue solo un cambio de nombre, sino una apuesta estratégica de Algalia por consolidar un negocio de consultoría propio, con identidad y propósito, capaz de ofrecer valor añadido y respuestas innovadoras a las necesidades de las entidades sociales.

En este viaje, las alianzas han sido clave. La colaboración con entidades como Fundación EDE, LKS e Imatia nos ha permitido sumar fuerzas, compartir metodologías y multiplicar el impacto en la economía social. De la mano de estas alianzas y de la experiencia compartida con decenas de organizaciones, nació VIRADA: nuestro programa de referencia para el desarrollo de liderazgo y transformación cultural, y que también nos enseñó una profesión nueva, la de facilitador y coach. VIRADA es mucho más que una propuesta formativa; es un espacio de acompañamiento y crecimiento colectivo, donde trabajamos el liderazgo, la cohesión de equipos y la evolución hacia modelos organizativos más humanos y sostenibles.

Hoy, miro atrás y reconozco que lo esencial no fue solo el giro profesional, sino el viaje personal y colectivo: aprender a escuchar, a acompañar, a construir soluciones desde la empatía y la colaboración. Nada de esto hubiera sido posible sin todas las personas que han formado parte del área de proyectos y consultoría a lo largo de los años, ni sin la confianza de las organizaciones que nos han abierto sus puertas y nos han permitido crecer a su lado. Y, por supuesto, sin la apuesta decidida de Algalia por construir y sostener un negocio de consultoría propio, comprometido con la transformación social.

Quizá la historia no sea exacta, pero es la que hemos vivido juntas y juntos. Y sigue abierta, porque la transformación social es un proceso colectivo, imperfecto y apasionante, donde cada paso cuenta.

Miguel Barbosa, responsable de Servicio de Consultoría de Algalia

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