“La gente olvidará lo que dijiste, pero nunca olvidará cómo los hiciste sentir.” (Maya Angelou)
Antes de continuar leyendo este artículo, te invito a que dediques solo 30 segundos (lo que duraría un video de redes sociales) a realizar una práctica de imaginación. ¿Te animas?
Lee e imagina: Empiezas en un nuevo trabajo donde te encuentras con dos escenarios distintos, visualízate como miembro de cada uno de ellos y tras unos segundos tienes que tomar la decisión de, en qué contexto te quedarías.
El primer escenario es un equipo situado en una sala en la que los miembros están ubicados como si de un flujograma se tratara, centrados en su tarea, cada uno tiene un reloj en su mesa, y algún objeto que impide verse las caras entre ellos. Solo escuchas el sonido de los teclados, y un par de compañeros hablar de los resultados obtenidos. Tú solo tienes que sentarte en el espacio libre, donde aparece un cartel con tu nombre y seguir unas indicaciones muy claras que te permitirán realizar tu trabajo. Si tienes alguna duda, puedes enviarle un mail al director.
El segundo escenario es un equipo en el que los miembros están situados en forma de U, un espacio que permite verse unos a otros, al frente hay tres paneles, uno que refleja las indicaciones del trabajo a realizar, otro con información sobre los miembros del equipo, y un tercero que ilustra los valores y comportamientos aceptados. Un miembro del equipo te da la bienvenida y te explica y acompaña el resto de la jornada.
¿Ya decidiste dónde quedarte? ¿Serías capaz de identificar los motivos? En ambos escenarios había indicaciones sobre el trabajo a realizar, pero ¿qué factor principal marcaba la diferencia?
Somos seres humanos sintientes que hacen lo mejor que pueden frente a los objetivos que tenemos delante, por lo que, las competencias emocionales son claves en la vida de los equipos y en la construcción de entidades efectivas.
Este aspecto, en gran medida descuidado por las personas, acaba siendo absolutamente crucial. En un entorno cada vez más centrado en la razón y la lógica, a menudo olvidamos la importancia de las emociones y la empatía. No solamente para poder llevar una vida mucho más equilibrada, sino también para aumentar las probabilidades de tener éxito en los diferentes proyectos.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de competencias emocionales? Son aquellas que conforman la inteligencia emocional, que van más allá de lo técnico y lo profesional, ya que permiten comprender las necesidades y perspectivas de cada miembro del equipo y como sistema en sí.
Estas habilidades no solo influyen en cómo nos relacionamos con nuestros compañeros o nuestro entorno, sino que también tienen un impacto significativo en nuestro trabajo, dado que el desarrollo de estas competencias en los equipos marcará la diferencia a la hora de manejar el estrés, tomar las decisiones adecuadas y adaptarse a situaciones cada vez más cambiantes.
La influencia es tal que puede llevar a la mejora de la cultura organizativa, el aumento de la eficacia de los equipos de trabajo y de un mayor sentido de pertenencia y compromiso. En última instancia, las competencias emocionales pueden contribuir al éxito a largo plazo en una entidad, mejorando la satisfacción de los equipos, lo que conllevará a la retención de talento.
Estos beneficios son fundamentales para ayudar a los equipos a seguir siendo adaptables y resilientes durante tiempos difíciles y menos susceptibles a conductas no constructivas.
¿Cómo se gestionan en tu equipo las competencias emocionales? ¿Se exploran, se evaporan o se explotan?
Laura Ramírez Ramos, coach en el Programa VIRADA